Autorretratos desde adentro
Varios presos de la cárcel de Jóvenes de Catalunya y del Módulo DAE (Departamento de Atención Especializada) de Brians II quisieron plasmar a través de la fotografía aquello que mejor les representaba. En un proceso creativo colectivo, los presos deciden cómo fotografiarse para transmitir el hecho de vivir privados de libertad.
por - Pau Coll
Albert, 23 años, Premià de Mar
Para Albert, la prisión de Jóvenes de Catalunya tiene demasiado cemento. Le gustaría que tuviera más vegetación, así que se fotografió entre la poca hierba que había. “Tanto cemento hace que todo sea frío, gris. Al no ver colores te deprimes”, asegura. “Aquí si entras medio loco, sales peor de lo que estás”, añade. Al poco tiempo, Albert pasó a la cárcel de adultos de Quatre Camins, donde sigue un tratamiento psicológico fuerte. La experiencia en prisión lo ha dejado tocado. Él reconoce que se ha vuelto más agresivo por culpa del comportamiento de los demás. “Si no eres una persona agresiva, el macho alfa que se mete de hostias con todo el mundo, te toman por tonto. En prisión no puedes ser una persona tranquila”, afirma.
Salva, 53 años, de Barcelona
A Salva le quedan dos años y medio para salir. Lleva 32 en la cárcel. Tiene ansiedad por lo que se va a encontrar. “Desde aquí dentro, no sabes lo que hay fuera”, explica, y por eso en la imagen quiso mirar al exterior. La mayoría de presos de larga duración no salen de permiso hasta los últimos años de condena. Cuando lo hacen se dan cuenta que el mundo a su alrededor ha cambiado: los barrios se han vuelto más turísticos, la gente camina enganchada al móvil y ya no se mira a la cara. Para Salva, con todos estos años en prisión, el delito no compensa: “lo pagas muy caro”.
Juan, 46 años, del Poble Nou, Barcelona
“Escucho música porque es una manera de evadirme, de tele-transportarme fuera de aquí”, explica Juan refiriéndose a la fotografía seleccionada. A Juan, como a muchos tantos del módulo DAE de Brians II, lo metieron preso por drogas. “Nosotros robamos para mantener un vicio. Se pasan con la cantidad de años que nos meten, yo no he matado a nadie como para que me echen ocho años”, defiende. Juan pasó una de las primeras condenas en la Modelo, la cárcel que le impuso más. “Cuando entras a la cuarta galería con tu colchón y tus bolsas y ves toda la gente colgada de la barandilla, en los tres pisos, piensas, madre mía dónde me he metido, me van a comer”.
Jorge (El Punky), 23 años, de Sagrada Familia, Barcelona
El Punky es una caja de sorpresas, un remolino cambiante. Enseña sus tatuajes porque lo explican todo de él: la anarquía, un proverbio budista sobre la paz, el bien y el mal, el nombre de sus padres. “A mí antes la humanidad no me gustaba, no entendía cómo funcionaba. Pero después de tanto tiempo encerrado, estaba contento de salir y de ver los edificios”, explica. Cuando El Punky hizo su primera salida programada, ni pisó la acera. “Solo estuve por dentro del hospital, pero flipaba por todos lados. Hasta pude ir al bar. Me iba a tomar una cerveza pero tuve que tomarme una fanta de naranja”.
Kamal, 19 años, de Tánger, Marruecos
Kamal llegó a España en 2006 con 11 años. Viajó debajo de un camión desde el puerto de Tánger, Marruecos, a Algeciras. Un amigo de su barrio lo trajo hasta Barcelona, y aquí se juntó con su hermano hasta que entró en prisión, donde lleva un año de los cuatro que tiene de condena. “El día a día siempre es lo mismo, lo peor es la dinámica que no cambia”, comenta. “Así, sin poder moverte, te entra la rabia, sobretodo cuando ves la tele, cuando ves la libertad”, añade. El deporte es de las pocas cosas que le ayudan a relajarse, a estar más tranquilo. La otra opción es dormir, soñar que está fuera, y así se retrató Kamal.
Fer, 38 años, del Born, Barcelona
Con 18 años, a Fer, un “chaval enganchado a la droga”, le cayeron 10 años de un tirón. “Hacía un atraco, salía del juzgado con síndrome de abstinencia, volvía a robar. Así una y otra vez hasta que me metieron 50 causas. A la primera me habrían tenido que meter preso”, afirma. Pagó la condena entera y salió con una mano delante y otra detrás. Al salir en libertad, los presos reciben como mínimo una prestación de 426€ mensuales durante 18 meses o el paro si han cotizado más de 365 días. A los dos años, Fer volvió a entrar por un atraco. Le cayeron cuatro años más. “¿Si te ruge la barriga, si tienes frío, qué haces?”, se defiende. “Sales desorientado, desinformado y no sabes a quién acudir”, sostiene. Ahora, con una niña de 3 meses, se plantea cambiar su vida. La gusta pintar, quiere ser artista y tener su propio negocio. Para él la fotografía se convirtió en un nuevo modo de expresión para salir de la rutina.
Eduardo, 20 años, Ecuador
De los 6 años que Eduardo lleva en España, dos y medio los ha pasado en prisión. “Esto es un cementerio de vivos”, manifiesta. “Aquí dentro nos perdemos muchas cosas, nos quedamos atrasados respecto al exterior”, añade. Eduardo quiso representar en su fotografía la alienación y la soledad de estar preso. “Una vez estás aquí la sociedad no existe. ¿Y fuera del sistema, qué eres?”, se pregunta. “Un muerto vivo”. Eduardo solamente se siente vivo cuando tiene contacto con el exterior: cuando lo visitan, le mandan una foto o recibe noticias de la familia. “Me siento vivo cuando a uno lo recuerdan aunque esté aquí, cuando sabes que tienes cosas fuera por las que luchar”, reflexiona.
Samuel, 19 años, de Armenia
A Samuel lo metieron en la cárcel un mes después de casarse. El mismo día que iba a arreglar los papeles en el Ayuntamiento, tuvo una pelea por la cual entró en la cárcel de manera preventiva. Samuel estuvo siete meses para pasar a juicio. Ha pasado más tiempo durmiendo con su compañero de celda, “El Punky” (foto 4), que con su esposa. “Un día para un preso no es lo mismo que un día para un juez o un abogado que están en la calle”, reclama. Para él, la cárcel es una sala de espera, como quiso mostrar en su autorretrato. “La vida de un preso no se la puedes explicar a la familia tal y como es. La quieres pintar de colores cuando en verdad es en blanco y negro”, comenta. Aún así, Samuel no pierde la pasión por la vida. “Aquí valoras el precio infinito de la libertad. Te dicen que esto es una lección de vida, pero no lo es, esto es una paliza de la vida”.
Sergio, 48 años, del Poble Sec, Barcelona
Sergio lleva años viviendo en prisión. La primera vez que estuvo en la cárcel fue en el 88. “Entré en la Modelo, las paredes eran de color gris y chorreaban agua. Era como una gruta y me cagué”, explica. Tenía 18 años y mucho miedo. Sergio asegura que la prisión le ha servido de poco. “Esto no reinserta a nadie”, denuncia, “al revés, es una escuela de delincuencia”. Sergio escogió esta fotografía como muestra de la amistad y la convivencia con su compañero de celda, con el que ha compartido durante 3 años seis metros cuadrados. Ahora que le faltan dos para salir, Sergio ve el futuro complicado: “Con el estigma que llevamos, pocos nos tratan como personas. La gente sabe que has estado en prisión y se asusta. Si encima tienes los brazos marcados, olvídate de un trabajo”.
Micky, 22 años, de República Dominicana
Para Micky, el muro representa el camino que todo preso tiene que recorrer para salir de prisión. Él asegura que antes era una persona positiva, siempre tratando de ver el lado bueno de la vida. “Pero aquí dentro no se puede”, afirma. “En la calle, las tonterías las superas rápido con el apoyo de la familia y los amigos. Pero aquí te sobrepasan muchas cosas”, reconoce. A Micky le preocupa no poder ayudar a su madre, que tiene que cargar con sus dos hermanos pequeños. “Aquí me he dado cuenta que lo único que vale es la familia, que son los que nunca te van a abandonar”, afirma.